Le arrastro hasta mi casa casi con la misma facilidad con la que le desabrocho los botones de la camisa con una mano. En silencio. Dentro, sobre mi cama, empiezo a decirle todo aquello que las palabras no pueden llegar a expresar. Se lo grito. Una vez, y otra, y otra...así hasta 4, y cuando ya no me queda aliento le miro, y me mira, y que se jodan los suizos y sus fábricas de relojes porque paramos el tiempo...
Enciendo un cigarro a pesar de que sé que nunca le gustó que fumara a su lado: - Cómo te he echado de menos, coño.
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